Hace poco leía un artículo
de Helena Figuerola, una maestra de la investigación cualitativa con niños que mantiene un blog la mar de interesante y
una de las personas de las que aprendo siempre. En el mismo sostiene que
los efectos de la crisis económica están influyendo en aquel niño/a caprichoso y consumista de 5 años atrás. Y la influencia no es solo en una reducción del gasto propio si no también en la capacidad decisora del niño y en el cambio de conducta que la
ausencia económica genera por que
ante las peticiones insistentes ,el niño, ahora, recibe respuestas
del tipo“hoy no puede ser” o “elige esto o esto, todo no” y estas son
aceptados positivamente, por lo que su actitud frente al consumo empieza a ser
otra más racional,
observamos niños más pacientes, colaboradores y permeables
al pacto.
Es obvio que la crisis también nos ha traído una multiplicación
de los problemas familiares, es decir, además de los ya conocidos, ahora nos encontramos a familias de clase
media que se ven con graves problemas
económicos y que se
encuentran eliminando las extra escolares, intercambiando y reciclando la ropa, las vacaciones son como máximo en el pueblo y se recorta en
alimentación.
La observación psicológica al respecto es que contra más sufrimiento económico peor se manejan los mensajes, por un lado se quiere ocultar la realidad para proteger al niño y por otro se trasmite la angustia, con la resultante frustración en el niño potenciadora de violencia futura. Y ante ello, Helena Figuerola nos dice que debemos cuidar el lenguaje- fundamental en la educación de los niños- porque lo que decimos aunado a lo que sentimos será la base de sus creencias, por lo tanto pilares de su conducta. Es necesario parar y reflexionar sobre los mensajes que trasmitimos a nuestros hijos o alumnos sobre la crisis, sobre el camino que estamos recorriendo, y sobre el futuro al que queremos llegar. Sabemos a dónde vamos? este es un ejercicio necesario.
La observación psicológica al respecto es que contra más sufrimiento económico peor se manejan los mensajes, por un lado se quiere ocultar la realidad para proteger al niño y por otro se trasmite la angustia, con la resultante frustración en el niño potenciadora de violencia futura. Y ante ello, Helena Figuerola nos dice que debemos cuidar el lenguaje- fundamental en la educación de los niños- porque lo que decimos aunado a lo que sentimos será la base de sus creencias, por lo tanto pilares de su conducta. Es necesario parar y reflexionar sobre los mensajes que trasmitimos a nuestros hijos o alumnos sobre la crisis, sobre el camino que estamos recorriendo, y sobre el futuro al que queremos llegar. Sabemos a dónde vamos? este es un ejercicio necesario.
Los mensajes y las emociones son conjugados
al unísono en los oídos de los niños
pues tienen un radar potentísimo,
escuchan el “ya no vas a ir a fútbol” junto a la carga
negativa emocional nuestra. Si los padres manejaran sus mensajes positivamente
y sus emociones, el fin educativo sería positivo en cualquiera de los casos desde el niño que no se le compra la chuchería diaria, al que ya no puede ir a extra
escolares o al que ha de compartir su ropa. Ha de haber una generación bisagra que tome conciencia del antes,
de lo que ya no es válido,
y del mañana, de lo que
queremos que sea el futuro, generación
de padres, maestros e instituciones que de manera ex profeso sepan trasmitir qué mensajes, qué valores, qué pautas de comportamiento son los idóneos para este nuevo proyecto de vida al que nos enfrentamos y
debemos de construir. Si estamos esperando que regrese el pasado esta actitud
nos inmoviliza y nos impide ser creativos.
Figuerola cree en la necesidad de estimular
la conciencia de los niños
respecto a otros valores más
allá del dinero,
disfrutar del esfuerzo, crear otras
formas de trueque, incluso sentir otra perspectiva del confort y sobre todo
reformar el sistema económico
desde la base.
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